sábado, 1 de mayo de 2010

Mirando a las nubes

Estaba yo en mi mismidad envuelto, pensando en a qué huelen las nubes, y entonces me he dicho: Hugo, tienes que cambiar el fusible. Y en eso estoy, poniendo un nuevo plomo con el único objetivo de iluminarme e iluminar a quien quiera escuchar, o leer si tiene paciencia y tiempo.
Y la primera pregunta que me viene a la mente me dice: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Y la respuesta es clara: es que nunca nos hemos movido. El más fuerte tiene libertad para tomar como propiedad lo que necesite de la tierra aún a costa de la vida de sus presas, de la tierra, o de la libertad. Pero la respuesta a esta cuestión no basta para explicar por qué las presas se pasan el día mirando las nubes tratando de encontrar en ellas parecidos con personajes ilustres a los que poder rezar mientras en su despiste son devoradas por los depredadores mientras gritan “mira, esa nubecilla se parece a Jesús”, o “esa de ahí es calcadita a Marx”. Para explicar esta cuestión es necesario remontarse a la época en la que los leones convencieron a los impalas de que si no se dejaban devorar de cuando en cuando, ellos (los impalas), acabarían devorando toda la hierva de la sabana, lo que conllevaría su propia extinción. Pero los leones, que poco después percibieron que la caza es fatigosa, aconsejaron a los impalas, o más bien indujeron mediante sofisticadas técnicas de marketing, a tener más apetito, incluso con la promesa de que podrían llegar un día a ser leones. Y claro, de tanto zampar hierba se pusieron como osos, y ahora a ver quien corre delante del león para salvar la vida, o quien se pone a plantar la vegetación que casi han exterminado. En resumen, los impala son los depredadores tontos de la creación, los cerditos bien cebados del señor capitalista, que tiene hambre.

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