viernes, 7 de mayo de 2010

De los libres metiendo miedo

El señor Gobernador del Banco de España tiene algo de trapecista. Se balancea de un lado a otro, suelta las manos y la lengua, sale disparado dando tres vueltas mortales y voila, se agarra a la barra que hay más a la derecha del trapecio ante el asombro de la concurrida masa. Porque hay que ser muy buen trapecista para afirmar que el paro masivo hace peligrar a la banca, después de que la banca se haya jugado los ahorros de los trabajadores en el casino, haya perdido y ahora se ponga a jugar con el dinero que esos mismos trabajadores le han dado para tapar sus agujeros prestandoselo al Estado. La solución, como no puede ser de otra manera, consiste en rebajar derechos sociales y laborales: más impuestos regresivos, menor cotización a la Seguridad Social, mayor facilidad para el despido, menor sueldo y más horas y años de trabajo. Para que luego digan que la cuadratura del círculo no es posible. Y uno se pregunta: ¿qué permite que el capitalista pueda decidirse a invertir o no en un lugar concreto? Pues simple y llanamente la necesidad que tenga el susodicho lugar de una inversión. De este modo, y en virtud de las ideas reinantes, la tensión de los tirantes del capitalista es inversamente proporcional a la bajada de pantalones de los trabajadores. En roman paladino: cuanto más hambre, frío y miedo tengan los trabajadores, más paquete van a marcar los inversores. Esta marcada de paquete es lo que vulgarmente conocemos como libre mercado, que aún pareciendo algo natural que surge de la búsqueda egoísta del interés propio de cada individuo, y que deviene en cierto equilibrio, no es más que el manifiesto interés de los más poderosos de imponer su voluntad y su dominio sobre los menos poderosos, de satisfacer la libertad de la minoría a costa de la necesidad de la mayoría. Porque ya me contarán ustedes qué interés puede tener alguien en su sano juicio en trabajar más por menos, si no es por hambre, frío, o miedo a que la banca se descalabre de nuevo.

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