martes, 6 de noviembre de 2012

Aya Koudad

Aya Koudad tenía quince años y una aplasia medular severa. Así comienza Jesús Blasco de Avellaneda la crónica de su muerte en PeriodismoHumano. Quiero dejar al margen la dejadez y la indiferencia de las autoridades, y no hablaré de su posible temor a represalias ante la resolución oficial que pregona la insostenibilidad del sistema sanitario. Hablaré de un detalle, un punto en el artículo que ni me ha impactado ni me ha llamado la atención, pero que considero muy relevante a la hora de entender por qué el saqueo va a ser monumental. Ustedes recordarán que hace unos años, cuando todos eramos ricos y firmar una hipoteca era signo de progreso, un inmigrante suponía mano de obra barata y poco cualificada. Muchos de esos inmigrantes construyeron nuestro provinciano ascenso social ladrillo a ladrillo. Era nuestro efecto llamada, y necesitábamos peones que suplieran las bacantes dejadas en invernaderos, ayudaran a levantar España a pocos metros de la playa y cuidaran de la abuela. A cambio, sus hijos ocuparían las plazas bacantes dejadas por algunos malos estudiantes y tendrían derecho a asistencia sanitaria. Aya tubo mala suerte. Nació donde no debía y su enfermedad acabó con ella por presentarse tarde. Si hubiese nacido en la España dorada de las cuberterías, los juegos de sartenes y las televisiones de plasma, aún seguiría con vida, tendría posibilidades de superar su enfermedad, y ese “pues que la atiendan en su puto país” no habría dejado de ser una mera anécdota de un pobre fanfarrón que desconoce que el España va bien va ligado a mucho sudor extranjero. Pero ese fanfarrón vive hoy en un país evaporado, vacío, insustancial, al que acuden empresarios alemanes en busca de mano de obra barata, cualificada y barata: inmigrantes españoles por pedido. El que sugirió que atendieran a la niña en su puto país quizá no sepa lo que se avecina. Quizás ignore que la gallina del ladrillo está seca y que el jugo está ahora en otra parte; puede que en las pensiones, en la educación, en la sanidad en la que trabaja. Pronto será un empleado de una empresa privada que no necesitará justificar desatenciones porque sólo tendrá que justificar beneficios. Y nuestro fanfarrón tendrá que tener presente que una sanidad así, privativa y excluyente, fue la que no brindó ayuda a esa niña en su puto país, hacer muchas cuentas y rezar para que su propia Aya nunca llegue a sufrir una aplasia medular severa.