Aya Koudad tenía quince años y una
aplasia medular severa. Así comienza Jesús
Blasco de Avellaneda la crónica de su muerte en PeriodismoHumano. Quiero dejar al margen la dejadez y la indiferencia de las
autoridades, y no hablaré de su posible temor a represalias ante la
resolución oficial que pregona la insostenibilidad del sistema
sanitario. Hablaré de un detalle, un punto en el artículo que ni me
ha impactado ni me ha llamado la atención, pero que considero muy
relevante a la hora de entender por qué el saqueo va a ser
monumental. Ustedes recordarán que hace unos años, cuando todos
eramos ricos y firmar una hipoteca era signo de progreso, un
inmigrante suponía mano de obra barata y poco cualificada. Muchos de
esos inmigrantes construyeron nuestro provinciano ascenso social
ladrillo a ladrillo. Era nuestro efecto llamada, y necesitábamos
peones que suplieran las bacantes dejadas en invernaderos, ayudaran a
levantar España a pocos metros de la playa y cuidaran de la abuela.
A cambio, sus hijos ocuparían las plazas bacantes dejadas por
algunos malos estudiantes y tendrían derecho a asistencia sanitaria.
Aya tubo mala suerte. Nació donde no debía y su enfermedad acabó
con ella por presentarse tarde. Si hubiese nacido en la España
dorada de las cuberterías, los juegos de sartenes y las televisiones
de plasma, aún seguiría con vida, tendría posibilidades de superar
su enfermedad, y ese “pues que la atiendan en su puto país” no
habría dejado de ser una mera anécdota de un pobre fanfarrón que
desconoce que el España va bien va ligado a mucho sudor extranjero.
Pero ese fanfarrón vive hoy en un país evaporado, vacío,
insustancial, al que acuden empresarios alemanes en busca de mano de
obra barata, cualificada y barata: inmigrantes españoles por pedido.
El que sugirió que atendieran a la niña en su puto país quizá no
sepa lo que se avecina. Quizás ignore que la gallina del ladrillo
está seca y que el jugo está ahora en otra parte; puede que en las
pensiones, en la educación, en la sanidad en la que trabaja. Pronto
será un empleado de una empresa privada que no necesitará
justificar desatenciones porque sólo tendrá que justificar
beneficios. Y nuestro fanfarrón tendrá que tener presente que una
sanidad así, privativa y excluyente, fue la que no brindó ayuda a
esa niña en su puto país, hacer muchas cuentas y rezar para que su
propia Aya nunca llegue a sufrir una aplasia medular severa.
martes, 6 de noviembre de 2012
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