Un grupo de yihadistas ha asaltado la casa blanca. Habría sido todo un gesto de valor que el presidente, el señor Obama, le hubiese exigido el arma a su jefe de seguridad para lanzarse, si no en defensa de su vida, sí al menos de su dignidad. Pero no ha sido el caso. El presidente, querido lector, se ha rendido; ha preferido levantar los brazos y salvar la vida. Hoy va preso camino de una base militar donde será interrogado. Posteriormente será puesto a disposición de un tribunal islámico, que le juzgará por todos sus pecados.
No amigos, el Estado de Derecho no juzgará nunca a Bin Laden. Ya lo ha hecho el Estado Mayor.
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